© Daniel Beltrá. Paraíso Amenazado
Nacido en Madrid y afincado en Seattle, Daniel Beltrá es un fotógrafo que se ha dedicado en los últimos 28 años a fotografiar diferentes desastres naturales. Este año ha sido galardonado por su trabajo “Amazonas: Paraíso Amenazado” en la exposición World Press Photo 2018, en la categoría Medio Ambiente.
Por Paula Ericsson
Paula Ericsson (PE). El movimiento ambientalista empezó a gestarse cuando se difundió la imagen de la Tierra tomada por la tripulación del Apolo 8 en 1968. ¿Qué papel ha tenido la fotografía desde entonces en la lucha por la defensa del medio ambiente?
Daniel Beltrá (DB). La fotografía de naturaleza ha evolucionado mucho, y cada vez nos alejamos más de esta naturaleza tan bonita y que nos gusta a todos. Ese tipo de imágenes perpetran una quimera, porque lo que está ocurriendo en el mundo no es lo que se muestra normalmente.
La fotografía es ser testigo. Los fotógrafos tenemos la oportunidad y la responsabilidad de ir a sitios donde la mayoría de la gente no tiene acceso y mostrar lo que está pasando. Cuando lees la cantidad de plástico que hay en los océanos es absolutamente demencial. No somos fotógrafos de guerra, pero sí tenemos estrés postraumático. Pese a ello, yo soy optimista y pienso que con mi trabajo muestro problemas y difundo las posibles soluciones.
PE. Pese a que estudiaste biología, empezaste tu carrera como fotógrafo en un atentado de ETA a finales de los 80. ¿Qué evolución has visto entre tu primera fotografía y tu proyecto ganador de World Press Photo 2018, “Amazon: Paradise Threatened”? ¿Qué hay de común en la motivación entre una y otra?
DB. Cuando empecé la fotografía para mí era un hobbie, igual que la naturaleza. Al principio me interesaba el fotoperiodismo y en ningún momento pensé en juntar esas dos pasiones. Yo estaba haciendo trabajo del día a día en la Agencia Efe, y se me ocurrió ir a hablar con Greenpeace en Madrid y les ofrecí colaborar con ellos. Cuando empecé esta relación laboral me di cuenta de lo que me apasionaba, y a lo largo de las dos últimas décadas he tenido suerte de poder hacer lo que de verdad me interesa: documentar el impacto del hombre en el planeta. Un proyecto como con el que he ganado el World Press Photo 2018 es una acumulación de un interés y de muchos años de ir al Amazonas. De hecho, todas esas fotos son del año pasado, pero llevo trabajando en Brasil desde el 2001.
PE. Spill es el libro –y también catálogo– editado en 2011 por Photographic Social Vision y Roca Barcelona Gallery en el que muestras 28 fotografías de derrames de petróleo en el golfo de México. ¿Crees que su difusión y su reconocimiento están cumpliendo con tus objetivos de denuncia?
DB. Cuando miras lo que está haciendo la administración actual de Donald Trump en Estados Unidos no puedes estar muy contento. Es muy difícil ver el impacto que tiene tu proyecto, pero la gente está cada vez más concienciada. Al principio con Spill había gente que me criticaba. “¿Por qué muestras algo tan horrible de una forma tan artística?”, me preguntaban. Pero estoy muy contento con la decisión que tomé y, muchos años después, sigo teniendo exposiciones en museos sobre el vertido de petróleo. Es una labor distinta de concienciación,más a largo plazo.
PE. Hablando de museos… ¿Qué papel juegan junto con los festivales y las galerías de arte en la difusión de tu trabajo?
DB. Un papel enorme ya que son una importante ventana con una difusión impresionante. Y en el fondo cuando uno hace un trabajo así es lo que quiere: cuanta más gente lo vea y se “conciencie” mejor. El concurso de World Press Photo va a generar más de 100 exposiciones y se calculan más de cuatro millones de visitantes. El impacto será increíble.
PE. ¿Qué gobiernos son más reticentes a que se muestre el impacto humano en el medio ambiente? ¿Se os intenta reprimir de algún modo?
DB. El ambientalismo en los gobiernos de Brasil o en Estados Unidos no está en auge en absoluto. En Estados Unidos no he trabajado tanto, pero lo que está sucediendo es una auténtica desgracia. En Brasil las hidroeléctricas tienen mucho protagonismo y trabajo de incógnito. Allí la mayoría de la deforestación está causada porque en el terreno donde estaban los árboles quieren poner cultivos para plantar soja. En una ocasión estaba trabajando con Greenpeace en Santa Helena, en una campaña para denunciar las talas y quemas ilegales y, cuando se dieron cuenta de lo que estábamos haciendo, los vigilantes empezaron a llamar por radio a la población para que vinieran a lincharnos.
PE. El fotógrafo Denis Sinyakov fue encarcelado en Rusia por dos meses, junto a toda la
tripulación del Barco de Greenpeace Arctic Sunrise, por documentar la protesta
pacífica que estaban realizando contra la perforación de petróleo en el Ártico.
¿Alguna vez has sido amenazado por hacer tu trabajo?
DB. Trabajando con Greenpeace te acabas metiendo en líos en algunas ocasiones. Nunca me he
pasado dos meses arrestado, pero sí he tenido problemas, aunque prefiero no ahondar en ello: no me gusta ponerme en plan Indiana Jones. Los problemas que cubro me parecen demasiado importantes como para adornarlos con mis anécdotas. En el Amazonas los locales que se dedican a oponerse a cualquier proyecto de maderas o de presas eléctricas reciben amenazas y su situación es mucho peor. Algunos mueren. Los fotógrafos somos unos privilegiados.
PE. El problema de no dejar informar es que una sociedad desinformada es incapaz de tomar sus propias decisiones y, por ejemplo, dejar de consumir ciertos productos que provocan grandes desastres naturales.
DB. Exacto. Cuando tuve la suerte de ganar el premio concedido por la Fundación Carlos de Inglaterra, Prince’s Rainforest Project, estuvieron estudiando en el Reino Unido el impacto en la dieta de 100 productos con aceite de palma. El resultado fue que sesenta de ellos contenían ese ingrediente. Nosotros estábamos hablando de deforestación, y una parte de la campaña era el vínculo que había con el calentamiento global. Sobre todo en Indonesia, donde la producción de aceite de palma se ha comido los bosques.
PE. ¿Que reacción tiene el público frente a tus imágenes?
DB. En general tiene muy buena acogida. Me acuerdo que en una exposición una mujer estaba viendo la fotografía de los pelícanos cubiertos de petróleo y se puso a llorar. Y yo, que soy un bobo a veces, me acerqué y le dije: “¡Hombre, no es tan mala la foto!”. Y se empezó a reír.
PE. ¿Crees que retratar los desastres ecológicos con una fotografía más artística puede
sensibilizar más al espectador?
DB. No es sólo que sea más artística, sino que sea más abstracta. A veces la gente que ve mis
fotografías no tienen ni idea de lo que están observando, y eso crea una tensión, y de esa tensión yo espero que quieran llegar más lejos, que averigüen por ellos mismos qué es lo que están viendo y por qué está pasando.
PE. En una entrevista explicabas que tus fotografías “no son desastres naturales, sino que son desastres humanos”. ¿Nos cuesta preocuparnos por el medio ambiente porque tenemos la sensación de que nosotros no formamos parte de él, de que nos es algo ajeno?
DB. Parte de eso hay. Tenemos la posibilidad de adaptarnos a muchas cosas y cada vez más las poblaciones viven en ciudades: mientras abras el grifo y salga agua, cuando enciendas la luz haya electricidad, el teléfono funcione y haya comida en la nevera no hay demasiadas preocupaciones. Mucho de esto es cuestión de educación. Yo tuve la suerte de pequeño de ver la serie de Félix Rodríguez de la Fuente y, aunque nací y me crié en Madrid, él me enseñó por una ventana ese otro mundo. Estoy convencido de que la educación será la solución a nuestros problemas ambientales.
PE. ¿A cuántos helicópteros o avionetas te has subido al largo de tu carrera como fotógrafo?
¿Cómo consigues acceder a ese tipo de transporte?
DB. A menos helicópteros de los que me gustaría, porque la mayoría de fotos las hago desde avionetas, donde sí me subo mucho. Greenpeace tenía una avioneta en el Amazonas, aunque por desgracia tuvieron un accidente el año pasado. En la Antártida -de donde acabo de volver de documentar el deshielo del Ártico- alquilaron un helicóptero. Cuando trabajé en Groenlandia e Islandia alquilé avionetas, pero es muy caro: en Groenlandia una hora de avioneta me costaba 1.600 dólares y un helicóptero 4.500 dólares. Hace falta mucho presupuesto para hacer este trabajo. He tenido la suerte de trabajar codo a codo con Greenpeace y de aprovechar sus medios, pero si tuviese que financiarlo yo solo sería muchísimo dinero. Aunque una de mis aspiraciones es llegar a poder hacerlo.
PE. ¿Dónde te gustaría ir que no hayas ido aún?
DB. La zona del Himalaya, en Nepal.
PE. ¿Qué imagen te gustaría hacer para ayudarnos a darnos cuenta de que somos parte del
mundo que estamos destruyendo? ¿Qué proyectos tienes en proceso o pensado
hacer en el futuro?
DB. ¡Me gustaría saber qué imagen tendría ese impacto! Es una pregunta muy complicada y no puedo responder a ello. Como proyectos futuros tengo como objetivo seguir investigando sobre
el calentamiento global, en concreto sobre el deshielo, y sobre la deforestación tropical. Son dos temas enormes sobre los que he trabajado durante muchos años y no me veo dejándolos en ningún momento cercano. También tengo un libro casi terminado sobre bosques tropicales, pero aún me falta encontrar editores.