Igual que los libios

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Abdula Matala es sudanés y lleva tres años trabajando en la pequeña peluquería que regenta en el centro de Misrata. Cobrando entre tres y cinco dinares, “dependiendo del corte”, le da para un sueldo, el suyo, y para pagar los 700 dinares por el alquiler del local.

A Matala no le ha ido mal, pero la brutal devaluación de la moneda libia ha hecho que su dinero valga de muy poco a sus padres y hermanos en Khartum. Dice que tiene 35 años, y que quiere ahorrar para volver a casa y casarse, pero que cada día lo ve más difícil.

Los sudaneses en Misrata van a la peluquería de Matala, mientras que los nigerianos a las dos justo enfrente. Las regentan Issa y Ahmed, dos hermanos que llevan ya 15 años en Libia. Alguien en su Kano natal (norte de Nigeria) les dijo entonces que aquel era un buen lugar para trabajar.
“Llevábamos casi diez años aquí cuando estalló la guerra en 2011, y nos quedamos atrapados”, recuerda Issa, el mayor de los dos. Al igual que para los libios, aquel también fue un punto de inflexión para ellos. Desde entonces, cada mes les resulta más difícil pagar el alquiler.

Matala, Issa y Ahmed son tres de entre muchos migrantes en Libia que no han conocido los centros de detención. Como la inmensa mayoría de los extranjeros en el país, si no todos, no son trabajadores “legales” para los rígidos estándares que el Ministerio de Trabajo ni siquiera sueña con aplicar. Pero tampoco han sufrido persecución por parte de la administración local. Acuden al trabajo cada día y lo desempeñan a la vista de todos. Nadie les detiene, ni golpea ni multa. Es más, incluso se permiten el lujo de parar para un café en la cafetería que regenta un marroquí, justo al lado. Igual que los libios.

Y esto es algo que no recogen los informes que llegan desde el otro lado del Mediterráneo; de ONGs y Think Tanks, de prensa generalista, e incluso de la Comisión Europea, que asegura que “todo migrante irregular, refugiado o demandante de asilo, está en peligro de ser multado, retenido y expulsado”.

Matala, Issa y Ahmed viven ajenos a esa realidad porque nunca se han planteado llegar a Europa. Tanto es así que incluso desconocían la existencia de un centro de detención para migrantes “ilegales” en la propia Misrata.

“¿Es cierto eso? ¿Habéis estado allí?”, preguntaba Matala desde el cafetín, y con una curiosidad genuina.

Texto: Karlos Zurutuza
Fotografía: Ricard García Vilanova